Maníaca

Era un 22 de marzo y tenía que ir a la escuela. Abrí la regadera para bañarme, estaba sola en mi casa. Sola, mucho.
Diez minutos y el agua salía fría. ¿Me baño con fría? No seas pendeja, estás que te caes de tos. ¿Salgo con una bata a prender el puto bóiler? Bueno, ya vas.
Agarro la caja de cerillos y salgo corriendo hacia la parte de atrás de mi casa.
Se supone que antes de tomar vuelo y asir mis pies a las chanclas moradas de baño, miré hacia todos lados: no había nadie.
Un minuto tratando de prender la chingadera y nada. Al sexto intento como si fuera magia, se prende.
Regreso con una sonrisa, triunfal. Jamás había podido prenderlo yo solita.
Se oye una puerta al final del pasillo. Era él. Un hombre de aproximadamente 25 años, me congelo. Y no, no me gusta. Es algo extraño, bastante. Me quedo atónita, la pena era increíble. Aún veo como camina hacia mi, me voltea a ver, sonríe. "Hola, buenos días". No sé como demonios pude articular un "Buenos días", secos, tristes, estúpidos.
Entré a mi casa como alma que lleva el diablo, ya sin preocuparme porque mis chanclas me quedan grandes.
Cerré la puerta. Respiraba fuerte. ¿Cómo es que este pendejo me pone así? Ni siquiera me gusta.
Salí ya vestida y bañada, el incidente ya había quedado atrás(o al menos eso creí).
Puta madre! El estaba afuera, sudado, regresando de correr. Sentado en el estacionamiento. Otra vez aquí viene la pendejez de mi parte: A quedarme quieta como idiota. "¿Ya a la escuela?"
"Ah, em...sí, hasta luego". "Cuídate".
Ah pero que mamadas las mías ¿Qué me pasa?...
Andrea, te callas, no es un naco...
En fin, ando maníaca.

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